April 9, 2021

La importancia de Cuba en la tauromaquia


Las corridas de toros se produjeron por más de cuatro siglos practicándose en las principales ciudades de Cuba, hasta que el jefe de las fuerzas de ocupación norteamericana en la Isla a fines del siglo XIX, las suprimió.
La confluencia en La Habana de barcos con destino a América motivó que esta ciudad se convirtiera en plaza y mercado de manufacturas y espectáculos de diversa índole. Entre estos últimos se cuenta la tradición taurina desarrollada con amplitud durante el siglo XIX pues la prosperidad y contacto con otras culturas le otorgó a la ciudad tanto perfiles de modernidad como posibilidades de imitar prácticas festivas que resultaban atractivas.
Los estudios realizados muestran que ya en el año 1538 hubo una corrida en Santiago de Cuba para celebrar la llegada de Hernando de Soto y que en 1569 se efectuó la primera de su tipo en La Habana en honor a San Cristóbal, patrón de la ciudad.
Dos fechas se añaden a las anteriores pues en 1747 y 1759 se celebraron corridas en Matanzas y La Habana respectivamente.
En la capital hubo varias plazas de toros entre las que se cuentan la del Campo de Marte, la de la Plaza Mayor del ultramarino pueblo de Regla, la que radicó junto a la casa de Beneficencia en la calle Belascoaín y una que se construyó en 1885 ubicada en la calle Monte cerca de Carlos III, que sobresalió por su capacidad ya que disponía de diez mil asientos.
En cuanto a los toreros se describe que varios de ellos debutaron aquí y algunos conservaron el sobrenombre de El Habanero por haberse iniciado en dicha ciudad. La tradición taurina recoge los nombres de Manuel Hermosilla y Luis Mazzantini, este último considerado como un importante acontecimiento dada la fama que le precedía. A estos nombres se añaden los de Ponce, El Marinero, El Platero, Paramio y en 1887 la destacada figura de Guerrita que toreó por única vez en América y según consta en las reseñas, fue alcanzado por el toro.
Siendo colonia española y la alta sociedad de esos años al estar compuesta por españoles, era casi imposible no pensar que esos emigrados no quisieran traer sus tradiciones y costumbres para «matar el gorrión» de la añoranza. Las corridas habaneras se remontan según datos existentes a más de 5 siglos y la primera plaza de toros fue construida en 1796 en la intersección donde hoy se encuentran las calles Monte y Egido. En el año 1818 se abrió una en la calle Águila y desde 1825 hasta 1836 se realizaron corridas en la Plaza de toros del Campo de Marte, donde se hoy se sitúa el Parque de la Fraternidad.
Había dos plazas de toros en la segunda mitad del siglo XIX que eran las preferidas por los amantes del ruedo. La primera era la Plaza de Toros de Belascoáin, se encontraba en la calle Belascoáin y bastante cerca del mar. Se creó en 1853 y estuvo en funcionamiento hasta 1897 cuando fue destruida por un incendio. En ella se realizaron numerosas corridas a beneficio de sociedades y gremios españoles. La otra era fue la Segunda Plaza de Toros de Regla, llamada así porque ya anteriormente en 1842 había existido una que tenía capacidad para seis mil espectadores y cerró sus puertas en 1855.
Esta segunda plaza estableció desde sus inicios una competencia fuerte con la de Belascoáin y funcionó hasta 1899. Era muy muy popular entre los españoles porque en ella se realizaron funciones durante la guerra de independencia cubana de 1895, en las cuales participaron mujeres. En esta ofreció muestras de su arte al público, en enero de 1898, el famoso Mazzantini el torero. Sin embargo la de Belascoáin, también llamada Plaza de Toros de La Habana, era la que atraía mayor público los domingos, que era el día que funcionaban todas, al ser la única que en ese momento se encontraba dentro de los limites urbanos de la capital de la colonia. Al contrario de las vallas de gallos, en las plazas de toros se dejaba entrar mujeres y niños y las apuestas no estaban permitidas.
El horario más habitual de las corridas era la tarde en un horario intermedio entre la pelea de gallos (mañana: afluencia de todo tipo de público masculino) y la ópera (noche: actividad reservada a las élites). En las mañanas muchas veces se abrían las puertas de ruedo para realizar una corrida llamada Toro del Aguardiente, en ella se permitía que todo el que quisiera ppdía entrar a la arena a torear con novillos.
Curiosamente se le llamaba así porque la gran mayoría de los que entraban venían algo pasados de tragos. Ya a finales del siglo XIX la plaza de toros comenzó a perder popularidad por la aparición y rápido desarrollo de otro entretenimiento: El Béisbol.
La última vez que se tienen noticias de una corrida de toros en Cuba ocurrió el domingo 31 de agosto de 1947. El lugar escogido resultó el por entonces joven Gran Stadium del Cerro y más de 30 mil asistentes presenciaron las demostraciones de los matadores mexicanos Silverio Pérez y Fermín Espinosa “Armillita”. Este fue un espectáculo diferente porque los toreros no podían clavarles banderillas a los animales y mucho menos matarlos. Solo así las autoridades aceptaron que se efectuara la corrida.
La desaparición de la cultura del toreo pudo haber sido porque era tradición española y se vivían momentos en que el rechazo hacia la dominación colonial era ya con fuertes aires de guerra. También porque en las plazas de toros era muy evidente el privilegio que hacían gala la clase dominante política y militar, españolizante y cerrada al intercambio con los cubanos.
Y como colofón, tal vez la aparición en el terreno nacional del béisbol traído por los norteamericanos y con rápida asimilación fue otro de los puntillazos —o estocada— que recibió el toreo. Curiosamente, puede recordarse que antes las autoridades prohibieron jugar a “la pelota” a los criollos que iban ya en vías de convertirse en cubanos.
Terminada la colonia española y caído en la no menos colonizadora presencia norteamericana, hubo cierta atmósfera de rechazo hacia el arte taurino, pues se consideraba por los nuevos colonizadores como algo bárbaro e incivilizado.
Finalmente una orden militar —de las fuerzas interventoras norteamericanas y con número 187 del diez de octubre de 1899— prohibía de manera expresa las corridas, y una multa de 500 pesos a quienes desoyeran esta indicación.
Hoy nada queda en Cuba de la tauromaquia, aunque la fiesta del Rodeo, sin ser una reminiscencia de aquella, tenga unos cuantos aficionados que se arriesgan entre toros y novillos.
Por Lu Llanos

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