LA HISTORIA DEL CARTEL TAURINO
El inicio y desarrollo del cartel taurino corre paralelamente a la propia evolución de la Fiesta. En un principio, el anuncio de ésta, se llevó a cabo mediante el pregón, en el que se informaba sobre el programa de la Fiesta y se introducían ya diversas advertencias, dirigidas al mantenimiento del orden público. En estas advertencias, lanzadas a viva voz, se describían también las sanciones correspondientes dispuestas en el caso de que hubiera algún transgresor.
Esta última parte del pregón, que podemos calificar como “penal”, es la que pasará, en forma de advertencia reglamentaria o
precepto, al cartel taurino escrito. Según Cossío, esta costumbre perdura aún
después de generalizados medios más eficaces de propaganda. Y no solo fuera de la plaza, sino que con carácter ritual asiste el pregonero a la corrida y lee un bando o
pregón ante el público, y tal costumbre continúa hasta bien entrado el siglo XIX.
El hecho de introducir en el cartel taurino las advertencias pertinentes al orden del espectáculo, se inicia en Madrid en el siglo XVIII, puesto que en las demás plazas de provincias en las que empiezan a utilizarse carteles, tan solo se da noticia de los dueños de los toros, diestros y circunstancias de la corrida. Las advertencias de los carteles taurinos son el primer indicio de reglamentación que existe en la Tauromaquia.
Los preceptos se multiplican según pasa el tiempo y atañen, tanto a la urbanidad de los espectadores, como al desarrollo y orden de la fiesta. Enumeran las instrucciones dirigidas a evitar la repetición de determinados sucesos que trataban de impedirse a toda costa, y nos ilustran claramente sobre cuáles son las costumbres del momento que se consideraban más perjudiciales.
En los comienzos de la segunda mitad del siglo XIX, si bien el cartel va a seguir manteniendo la primacía del texto como soporte de comunicación, se van a ir introduciendo, aunque de manera tímida, imágenes alusivas al desarrollo de la lidia. Se trata de grabados de cierto esquematismo ingenuo, que las imprentas de la época aprovechan para encabezar o adornar en laterales el texto propiamente· dicho.
Aunque las mayores innovaciones tipográficas y artísticas se fueron produciendo en los carteles de la plaza de la Maestranza de Sevilla, y en algunas otras, los historiadores consideran que son solo los carteles de las plazas de Madrid los que permiten observar una evolución coherente en el estilo.
Hasta 1840, los carteles se encabezaban con un formulismo en el que la autoridad –en Madrid el rey o la reina– disponen la celebración de la corrida. En una corrida celebrada en Madrid de 1840 se suprime definitivamente la tradicional mención real y se celebra en honor del «glorioso pronunciamiento de esta capital en favor de la Constitución de 1837 y las Libertades patrias», ilustrando el triunfo de las ideas liberales.
La desaparición del encabezamiento real dio más libertad creativa al diseño y se abrió a las primeras viñetas y dibujos, ya ensayados en plazas de fuera de Madrid donde podían experimentar con nuevos diseños, y que influyeron de forma decisiva en el futuro diseño artístico de los carteles.
Se aprecia ya en los carteles la influencia romántica de la época, con su gusto por lo medieval, en la imitación de letras góticas, orlas de ojivas y motivos arquitectónicos góticos. Algunos carteles incluso, destinados a los lugares más llamativos, se coloreaban a mano. Empiezan a aparecer los primeros dibujos con los retratos de las principales figuras del toreo, como Lagartijo, Cara-Ancha y Mazzantini. También empiezan a intervenir en el diseño de carteles taurinos, especialmente los destinados a corridas benéficas, artistas de prestigio, como Sorolla o Benlliure. Ya en el siglo XX, artistas de renombre como Pablo Picasso, Calderón Jácome o Rafael Alberti o, en la actualidad, Miquel Barceló, han elaborado composiciones para los carteles taurinos.
Al día de hoy, los colores, tipografía y el diseño vanguardista ha quitado el mayor texto posible para tener mayor impacto en la imagen que se quiere presentar al aficionado.
Por Lu Llanos
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