Las banderillas, también conocidas en el mundo del toreo como rehiletes, aretes, garapullos, palos, palitroques u orejas de conejo, son palos delgados de 68 centímetros de largo, recubiertos de papel (generalmente en colores de la ganadería titular) y con un hierro de seis centímetros en el extremo a manera de arpón y se emplean en los festejos taurinos para clavarlas en el cerviguillo del toro de lidia.
Las banderillas de a cuarta tienen de largo unos veinticinco centímetros y solo se usan en determinadas ocasiones por ser mucho más difícil el ponerlas, dado su corto tamaño.
Desde el año de 1950 se incorporaron también las banderillas negras o de castigo, con las que se venían a sustituir a las antiguas banderillas calientes o de fogueo. Estas banderillas son también denominadas como "banderillas viudas", por "el luto de los papelillos que la decoran".
En la actualidad el uso de este tipo de rehiletes no es frecuente en la plaza de toros y su uso está limitado para casos muy concretos dentro de la lidia.
Así, según la normativa vigente, el uso de las banderillas de castigo se empleará en aquellos en los que "debido a su mansedumbre una res no pudiera ser picada en la forma prevista”.
En este supuesto, el presidente de la plaza mostrará un pañuelo rojo para indicar el uso de las referidas banderillas,
El uso del pañuelo de color rojo para las banderillas negras se remite al mismo indicativo de color que se utilizaban en las presidencias de las plazas de toros desde, al menos, finales del siglo XIX.
De esta manera, en el Reglamento de la Plaza de Toros de Granada de 1880 - artículo 31, sexto - se establece que el presidente del festejo deberá mostrar un pañuelo rojo para "que se coloquen á la res banderillas de fuego".
Tal y como manifiesta el periodista Fernando Fernández Román, emplear las banderillas negras —"condenar a banderillas negras" en el argot taurino— en un toro determinado supone una "infamante condena que certifica el desdoro de la ganadería".
Retomando el tema general de la historia, estos elementos propios del segundo tercio también se les llama avivadores o alegradores, pues su objetivo es reanimar y excitar al burel sin quitarle fuerza una vez que se realizó la suerte de varas, corregir posibles errores cometidos en esa parte de la lidia, y enfurecer al astado.
Anteriormente, la suerte de banderillas se hacía una a una, donde el subalterno llevaba el capote en la otra mano para defenderse del derrote del toro, pero que al paso del tiempo y por ser más complicado y vistoso, se colocan en pares, a dos manos y muchas veces por los mismos matadores, con un alto grado de dificultad.
El innovador fue, según noticias, el licenciado Falces, a fines del siglo XVIII.
Ellas no penetran profundamente en el músculo del toro y, a diferencia de la vara de picar, producen pocas heridas graves.
Su función es la de revitalizar el toro después del tercio de varas.
La Ley taurina dicta que se introduzcan en el lomo del toro, de dos en dos hasta seis banderillas.
Aunque si el toro ha recibido muchos pinchazos en el tercio de vara, el juez podrá decidir limitar el número a cuatro.
Los diferentes modos de ejecutar la suerte de banderillas dependen de las condiciones del toro, de sus facultades y también de las del torero.
Cualquiera que sea el medio empleado, las banderillas deben quedar bien clavadas, muy cerca una de la otra o unidas las dos en lo alto del morrillo, ni cerca de la cabeza ni más atrás de la cruz.
Para conseguir esto, el banderillero debe juntar las manos y alzar los codos, pues las que se clavan alargando los brazos y formando con las banderillas línea recta, son de poco mérito, aunque se claven en lo alto.