Las corridas de toros son una misa remota y al mismo tiempo intemporal, cuyo patrimonio ritual desconcierta a una sociedad que tiende a homogeneizarse, más todavía cuando la globalización ha homologado los hábitos y los gustos en la definición genérica de la aldea global.
Nada más discrepante con la norma que el territorio sagrado de un ruedo. Sagrado quiere decir que no puede profanarse sin la indumentaria ni la cualificación precisas.
Un «civil» solo puede pisarlo una vez ha terminado el acontecimieto. Hasta entonces, el anillo mágico queda reservado a los toreros, subalternos, alguaciles areneros, monosabios y mulilleros, todos ellos provistos de sus respectivas indumentarias y espacios de ejercicio profesional.
Cuando el torero coge la espada solo pueden ocuparla él mismo y el toro. No cabe ningún actor más. Y solo pueden intervenir los subalternos para acudir a rescatarlo de una voltereta o de una cogida. O para trasladarlo a la enfermería.
El ruedo es un templo inviolable cuya forma circular simboliza el disco solar y cuya capacidad de atracción "abrasa" las convenciones y las reglas sociales.
Del libro "El fin de la Fiesta"
Porqué la tauromaquia es un escándalo... y hay que salvarla. 2021
Autor - Rubén Amón
Obras de @Antonio Rodríguez
@antonioartetaurino
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